"Caracoles" de Harold Isidro Lima Rodríguez

13.10.2020

Cuando era pequeña disfrutaba de jugar en el parque, entre la yerba, hasta quedar muy sucia, mamá insistía en que me lavara las manos después de jugar. Ella decía que en la yerba había caracoles muy pequeños y ,si me los comía, de seguro moriría, me dijo que los caracoles crecerían en mi estomago y luego me saldrían por la boca, los ojos y orejas.

Aquella idea me persiguió por mucho tiempo, haciendo que fuera la niña más limpia de la ciudad. Al punto de que cargaba conmigo siempre un jaboncillo de mano y pañuelos descartables. Por esto algunos me felicitaban y otros se burlaban de mí. Pero eso no importaba, pues no dejaría que los caracoles entraran en mí y me mataran.

Un día de mayo comprobé que mama no mentía, pues en clase de ciencia los llegué a ver a traves del microscopio nadando en una gota de agua, el profesor los llamo microorganismos inofensivos. Pero sé que son ellos, los caracoles que menciono mamá.

Algunos compañeros se rieron de mi, inclusive mis preciadas amigas, al escucharme decirles caracoles.
Fue desde esa fecha que tuve pesadillas, donde los caracoles me devoraban por dentro.

Aún hoy no dejo de pensar en ellos, arrastrándose mientras brotan entre mis heridas sangrantes devorando mis entrañas. Por eso siempre estoy limpia, muy limpia, no dejaré que me devoren los caracoles. Tal vez no los pueda ver, pero siento su presencia, esperando a que me descuide, esperando el momento para matarme. No los dejaré, mis manos siempre estarán limpias.

Con el tiempo llegué a no tener esas pesadillas, pues ahora llegaba muy cansada a la noche, después de estudiar casi todo el día en el instituto y tomar clases extras de música. Pienso que soy muy popular entre los chicos, porque muchos me han pedido salir. Yo siempre los rechazo, y no es por altanera, ni que tenga miedo de que traten de aprovecharse de mí.

En pocas palabras podría decirse que siento asco de sus manos sucias tratando de tomar las mías; pienso que después de jugar en el campo deportivo, tal vez no se las lavaron. Ellos son muy descuidados con cosas como esas.

La gente es curiosa, me consideraban alguien muy fina por preocuparme tanto por la limpieza. Cosa que yo hacía por el miedo irracional que se apoderaba de mí, al pensar en los caracoles, supongo que desde esa época me llamaron. Princesa.

Muchos en el instituto no lo sabían. Pero me fingía enferma cuando tocaba entrenar en el campo deportivo. Solía preguntarme cómo sería sentir la punzante sensación del verde pasto. Pero luego recordaba a los caracoles, y me sentía alegre de poner distancia entre ellos y yo.

No sé cuando empecé a usar guantes, pero sí recuerdo que en un principio fue molesto, para luego ser muy placentero, pues era libre de tocar cosas sin imaginar donde habían estado antes. Fue en aquella época que un chico se arrodillo suplicando y sin tener una buena excusa que decir, le dije que sí. El en un principio era muy amable y yo disfrutaba de reír con sus bromas.

Recuerdo que escuché decir que él había rechazado a muchas otras, y fue una tarde de otoño que conocí a una de ellas, sus ojos inyectados de odio, sus amigas me acorralaron en un pasillo oscuro, me atraparon dejándome sin salida.

- Miren a la princesa, qué linda es -dijo una de ellas en burla-, deberíamos enseñarle algo y ensuciarla un poco.
Mi corazón latió fuerte y pude sentir cómo el pánico me invadía mientras me arrastraban al campo deportivo. Ellas me ensuciarían y los caracoles de seguro me devorarían por dentro; solo pensar en sus cuerpos gelatinosos desgarrando mi piel para salir, fue suficiente. Tomé una pequeña roca del suelo y con ella golpeé a una de ellas, las otras dos salieron corriendo.

Ella estaba tendida en el suelo seguramente aturdida por el golpe. No podía dejar que despertara y me tratara de ensuciar. Tomé la roca, la golpeé contra su cabeza una y otra vez. Ella dejó de moverse. Luego miré mis manos, los guantes tenían sangre. Pero mis manos dentro estaban limpias y libres de caracoles.