"Bonilla" de Sacha Enmanuel Mársico

26.07.2021

Bonilla siempre sonreía en los momentos más inadecuados, hacía bromas de los temas más serios. Le hemos hablado de la muerte de familiares, de despidos de compañeros, de la crisis del país, solo con la idea de integrarlo, pero para lo más universalmente triste nunca le faltaba la palabra injusta.
Se la pasaba tragando sus tic-tacs, tirando uno tras otro al fondo de su garganta sin consideración de un golpe rápido y seco, tratando de alivianar un mal aliento que no daba tregua, totalmente impasible a su técnica.

Aislar en estos casos solo sirve por periodos reducidos, pronto se vuelve más en una carga para nosotros que para él. Quisimos ver cómo lograr que lo despidieran más veces de las que podríamos contar, especialmente durante el último año cuando su comportamiento nos marginó de forma definitiva, pero nunca pudimos encontrar una real justificación. Solo nos ponía incómodos, nada más, nada fuera de las reglas escritas. Parecíamos quedarnos sin opciones.

No fue hasta que pudimos instalar una cámara en su oficina que obtuvimos un poco de tranquilidad. No se lo dijimos. En blanco y negro, escala de grises mejor dicho, vimos por primera vez a un hombre como nosotros. Carente de sonrisa, su rostro descansaba en una posición inversa, vencida por la gravedad. Miraba su pantalla con dejadez, como muchos de sus compañeros lo hacían.

Sus movimientos eran más lentos y pausados que los que mostraba en los almuerzos, en cualquier reunión de personal. Retroactivamente estos ahora parecían forzados, provenientes de un hombre que pretende mentir su edad y propia vivacidad. Todos hemos sido víctima de eso alguna vez.

Sabíamos ahora que podríamos hablarle del trabajo con seguridad. Sería como nuestro clima, no hay nada de malo en ello. Ya con eso nos hubiera sido suficiente pero tenía que ir un paso más allá, Bonilla.

Cada tanto hacía un movimiento fuera de lo normal que no podíamos detectar bien. Solo un poco de zoom nos permitía acercarnos a secciones de su cuerpo y así es como vimos cómo su mano sufría un pequeño temblor. Al principio parecía un espasmo, pequeños reflejos ajenos a lo que podemos ver a través de la pantalla, pero prontamente la reiteración eliminó cualquier posibilidad de duda. Su mano temblaba y en el peor de los casos la tenía que sostener con la otra. Comenzamos a entender. Consumía sus tic-tacs directamente de la caja, dos, tres, cinco a la vez y bajaba la cabeza. Luego se quedaba mirando el techo, y podíamos ver cómo sus labios se movían.

Cada vez que salía de ese estado de obnubilación miraba para todos lados, como buscando algo. Nuestra preocupación era pura y exclusivamente la de cómo iniciar ahora la conversación: no hay nada más incómodo que un secreto a voces. Sus ojos recorrían toda la habitación. El lunes, Bonilla miró directo al lente, tan sorprendido como triste, por un segundo tratando de comprender, violado en lo más íntimo. El lunes podría ser un buen día para traerlo a colación, agarrar el toro por las astas. Su mano se acerca repentinamente a la cámara, que de un golpe rápido y seco queda en negro. Totalmente en negro.

Poco después de ello nos llegó su carta de renuncia.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA