"Bifurcaciones" de Lola Sanabria García

12.08.2021

Se ha levantado algo de viento. Agita las espigas. Y sin embargo, bochorno previo a la tormenta. Silencio picoteado por parloteos de chicharras. Terroncillos pegados a mi cara. Graznidos de picos disputándose su presa. Burlan al espantapájaros que vistieron los niños. Desgarrarán mis músculos, arrastrarán mis tripas por la tierra. ¿Cómo queréis la carne, cruda o asada por un rayo? Lejanos aún, los truenos. Daría mi vida por un polo de menta. Niña endomingada con varias manchas en el vestido cual goterones verdes de lluvia. Y cielo cárdeno en el atardecer de un día de verano.

Así que voy a morir aquí después de todo. De nada sirvió alejarme del campo. Mi vida de noches de neón y madrugadas de calles desiertas no le torcieron el brazo a la adivina que, con un vistazo y un dedo recorriendo las líneas de mi mano, vaticinó una muerte campera.

No sé cuánto llevo aquí. No quiero morir embarrada. Huelo la humedad, será una tormenta con aguacero. Se me han roto dos uñas. Intento mover la mano. Duele como duelen los huesos rotos. Así que la paliza del cabrón resultó fatal. Se te ha ido de las manos, tío, escuché que dijo el sabandija de su amigo. Y no quisieron dejarme en la acera. Cuanto más lejos mejor. Tirada en un trigal. Dada por muerta.

Rebobino el espacio y el tiempo. Me levanto y camino hacia atrás, revisitando jirones de mi vida. Deshago nudos gordianos. Evito las pesadillas. Mi padre siega los tallos con una hoz. Tendremos pan para todo el año. Las sandías se acumulan en el doblado. Jugamos a bocas de africanas con las cortezas. Mamá hace hojuelas y buñuelos para la feria. Estrenamos vestidos de colores, calcetines blancos y zapatos de ante y charol. Los cucuruchos de galleta chorrean nata líquida y bajan a mancillar los escotes. Hay barcas y tren de la bruja que es un brujo con deportivas blancas, escoba en ristre y mala leche. Hay bichitos salados en plataformas con ruedas. Hay turrones y garrapiñadas. Hay patos que nunca pescas. Hay escopetas que dan al blanco si no apuntas. Hay orquesta de noche y música de tocadiscos de mañana. Baile todo el día. Comidas en bares. Comidas en casa. Siesta ensopada en sudor. Corren las sombras en el techo de la habitación al paso de la furgoneta de un vendedor ambulante. Fotocopias de luz y oscuridad del encaje de las cortinas. Y los cuerpos aquietados por el calor. Cuerpos macerados en sus jugos. En casas y debajo de las lonas de feria. Larvas en capullos de seda hasta sus metamorfosis nocturnas, renacidas como criaturas frescas y ligeras cual mariposas.

Y la visita obligada a la tiendecilla de toldo azul profundo moteado de lunas y estrellas. La mujer se presenta como una adivina descendiente de una gran estirpe de nigromantes. Pasa las manos de dedos finos, anillados con aros rematados en serpientes y calaveras, por la bola de cristal como si la acariciara. ¿Cartas, líneas de la mano...?, pregunta. Mis amigas me empujan para que sea la primera. Todas calladas. Alguna sofocando una risita. Escalofrío de piel al arrastrar su uña por mi mano. Y la risa a mi espalda. Me mira con sus ojos ribeteados de negro cargados de ira. Así que yo iba a morir joven, comida por los gusanos, con la cara pegada a la tierra. La hemos enfadado. Pago y salimos de allí liberando carcajadas no exentas de miedo.

Supongamos que voy a morir. Morir tengo que morir. Supongamos que no ocurrirá en ninguna ciudad. ¿Joven? Puede. ¿Hasta cuándo se es joven?, le pregunté un día a mi abuela. Hasta que se te enquiste el primer dolor, me contestó. Yo aún me siento viva. Estoy viva a pesar de haber tentado muchas veces a la muerte, de haber vivido al filo de la navaja. Todo, o casi todo, por una larva comiéndome las profundidades de la cabeza. Joven, viva y con otro futuro.

Mi cuerpo es un nicho de dolor. No sé cuántos huesos habrá quebrado el malnacido. Gritaré para resistir cada movimiento hacia un claro o un camino. Porque este trigal, como mi vida, tiene por fuerza que tener una salida de emergencia.