De su propia mano

04.03.2021

"Besos fríos"

Relato corto exclusivo de Mercedes González Rivera

Quería que fuera a verla aquel fin de semana:

- Anda ven, ¿por qué no vienes?

- A ver, no sé... ya te lo diré mañana. Mañana te llamo ¿vale?

Pero aquel viernes estaba muy cansada, la semana se me había hecho muy larga, las clases, problemas en casa, preparar esa misma noche una cena para mis amigas... ¡Y aún no había pensado en el menú! No, no creo que mañana vaya a Ferrol, si puedo voy el domingo, no sé...

En la carnicería tengo a dos señoras delante de mí, me impaciento, se me hace tarde, son ya casi las siete y dudo de si he acertado con la elección de escalopines a la pimienta; la última vez no me salieron muy bien, perdí la receta y creo que me falta un ingrediente, aún no pensé en el postre... Por fin me toca. Pido a prisa y me dirijo a la caja, siento el móvil ¡lo que me faltaba! Contesto y todo se paraliza en un momento.

- Tienes que venir a casa; llamaron de Ferrol. Murió tu madre esta tarde.

No oigo lo que me dice la cajera, me tiembla el móvil en la mano, no sé qué hacer, qué decir, siento que me ahogo y casi no puedo andar Estoy de pie en medio de la acera con la bolsa de la compra en la mano, miro a todos lados, quiero encontrar no sé a quién para decirle no sé qué, repito su nombre una y otra vez, sin parar, como una tortuosa letanía, mamaíña, mamaíña... Alguien pasa y se me queda mirando pero yo no puedo dejar de nombrarla, siento que si lo hiciera mi pecho se haría mil pedazos y mi corazón quedaría aplastado bajo sus escombros.

Cuando estuve delante de ella, seguía sin entender nada. Me acerqué, la abracé y entonces le di un beso. Fue en ese mismo momento cuando comprendí que ella ya no estaba allí conmigo. Nunca olvidaré aquella frialdad de su mejilla en mi boca, la rigidez de su cuerpo al abrazarla....Sí, era verdad, ya no estaba conmigo, nunca más volvería a estar conmigo.

Al pasar un año, allí en el cementerio, pude por fin dirigirme a ella, pronunciar su nombre. Me disculpé por no llevarle flores pero le dije que le había escrito unos versos como ya lo había hecho otras veces. Me daba vergüenza leerlos e introduje el papelito en el florero de mármol. Mis hijos me preguntaron qué le había escrito pero les dije que era algo que quedaba entre ella y yo. Salimos los tres del cementerio; yo los llevaba cogidos del brazo, igual que aquel día... sólo se oía el ruido de la tierra bajo nuestros pies y no quise romper aquel silencio que nos unía y hacerles jurar que, si igual que ella me voy sin que me dé tiempo a despedirme, no me besen; porque los besos fríos, incluso entre los vivos, son los delatores de la tristeza, de la ausencia, de la nada.