"Balcón" de Alejandro Jacobsen

08.08.2021

Piso diez. El balcón que da a la avenida. El ventanal que une el pequeño comedor del departamento con el balcón está abierto, dejando entrar el murmullo plateado de la noche en la ciudad. El pequeño comedor es una habitación modesta, con un recorte de alfombra en el medio. Sobre él, una mesa ratona de pino, teñida de colores pardos. Contra una de las paredes, está recostado un sillón con el tapizado raído, cubierto por una tela verdosa para disimular. Las paredes desnudas, gastadas, le dan al ambiente una palidez ausente. Una banqueta de mimbre aparece sobre un rincón, junto a una lámpara de pie, apagada. Completa el lugar una cómoda ancha, una herencia, con un doloroso portarretratos en la parte superior y con las puertas desvencijadas. El desorden habitual: un libro abierto sobre la mesa ratona, un vaso caído y una botella vacía en el piso, un abrigo sobre la banqueta y el cenicero gris sobre la cómoda, desbordado de colillas y cenizas. Una abertura ancha comunica el pequeño comedor con el pasillo que une todos los ambientes del departamento. En el diminuto espacio, solo hay lugar para un cuadro de Chagall, un lienzo artesanal y una lámpara amarillenta que cuelga quieta desde el cielorraso, frente a la puerta del baño. La puerta de madera está cerrada. En el baño está el hombre con las manos sobre el lavatorio, frente al espejo, con la cabeza agachada, pegando el mentón contra el pecho. Suspira. Todo el vacío de su historia va en ese suspiro. La luz blanca, rebotando contra las paredes también blancas, lo aturde. Se acaba de mojar la cara, se ven algunas gotas chorreando sobre sus mejillas y el pelo salpicado. Tal vez esté buscando en el espejo el gesto que lo salve, que lo libere de la espera. El piso de baldosas marrones enfría sus pies descalzos. Tiene el torso desnudo. Cuelga de su cuello un cordón negro con una medalla plateada. La medalla tiene unas iniciales grabadas que él ve ahora invertidas y reflejadas en el espejo. Un silencio en caída recorre el departamento. La espera, el vacío y la niebla violácea que lo envuelve lo ahogan. El hombre abre la puerta del baño. Antes de salir apaga la luz. En el pasillo, no le presta atención ni al lienzo ni al cuadro, sale casi esquivando la luz que cuelga del cielorraso y sus pasos lo van metiendo en el pequeño comedor. Pasa sin gestos de un ambiente a otro. Camina lento, con pisadas ajenas. Pasa entre la mesa ratona y el sillón cubierto con la tela verdosa que disimula sus roturas. Llega hasta el ventanal. Deja atrás el portarretratos, el libro, el vaso, el cenicero y la botella. Cruza el ventanal. Avanza sobre el balcón y se trepa a la baranda. Salta.

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Imagen: Autor, CIRO MARRA