"Baile de números" de José Miguel Abajo Soler

23.08.2021

Paulino Bolaños abrazó a Rita, la viuda de Román Morisco, musitando su pésame. La bonita iglesia de la villa marinera estaba a rebosar. Rita y Román pasaban allí sus veranos desde que eran niños y sus amigos habían ido para despedir a Román. "¡Qué pena! ¡Tan joven y con hijos pequeños!", era el lamento común entre los presentes. Mientras el sacerdote recordaba a Román, cuyo enlace con Rita había bendecido, Paulino, Lino para sus amigos y sus compañeros del banco, recordaba sus últimos encuentros con Román. Lino es un banquero privado especializado en deportistas y artistas. Sus clientes y su carácter extrovertido lo habían convertido en la estrella de la Sucursal. Todos se apresuraban a complacerle, no fuera que alguno de sus importantes clientes se enfadara. Ni el director osaba ponerle límites. Aunque los nombres de sus clientes brillaran más que su aportación a la cuenta de resultados del banco, permitían al director presumir en la sede central de la actividad comercial. Y Lino se aprovechaba. Sus notas de gasto eran autorizadas sin mirar. Y nadie cuestionaba sus operaciones.

Todo iba sobre ruedas para Lino. Hasta que contrataron a Román.

Román había trabajado en el departamento de control interno de otra entidad y había fichado por la Sucursal para trabajar en la ciudad donde vivía su novia, Rita, y así poder casarse por fin. Su rigor chocó desde el principio frontalmente con el comportamiento de Lino. Ambos mantenían una tensa cordialidad. Lino se vio obligado a justificar las atenciones comerciales que tenía para con sus exclusivos clientes. Román no pasaba ni una. Desde su cubículo acristalado dominaba todo el back office de la Sucursal. El director confiaba cada vez más en Román. Lino veía con preocupación esta injerencia de Román en las operaciones de los gestores.

No era sencillo captar a deportistas y artistas que solían tener un ego desmesurado y a quienes había que impresionar. Si difícil era captarlos, más complicado resultaba conservarlos, pues todos los bancos querían tenerlos como clientes. Su sueldo de banquero privado no alcanzaba para los trajes italianos que vestía y la berlina alemana último modelo que conducía. El yate que alquilaba en verano para invitar a sus clientes a un crucero en las islas se llevaba varios meses de su salario. Así que tuvo que idear algo. Trabajaba en un banco, y en los bancos hay dinero. Sólo hacía falta saber cómo cogerlo sin llamar la atención. Y sabía cómo hacerlo. Llevaba tiempo haciéndolo.

Nadie se había percatado hasta ahora. Pero Román parecía haber empezado a sospechar. Le había llamado a su cubículo acristalado para preguntarle por unos asientos contables realizados desde su terminal. Lino había pasado un mal trago y sólo había acertado a decirle que se trataba de un baile de números. Un baile de números, repitió Román. Le había agradecido a Lino su explicación, pero continuó repasando la contabilidad.

No le había quedado alternativa. Tenía que hacer algo rápidamente. La idea se la dio un artículo que había leído sobre la anafilaxia, una explosión alérgica que afecta a todo el organismo y que se produce de forma muy rápida, y que podía ser fatal. Román nunca comía frutos secos en los picoteos del banco y les había hablado de su alergia. Uno de tantos días en que Román se quedaba sólo en la Sucursal, Lino se presentó con una magdalena.

Mira, Román, es tarde y tendrás hambre, he estado con mi madre que hace unas magdalenas riquísimas. He visto luz en tu despacho y te traigo una para que la pruebes. Román le agradeció el detalle, Lino depositó la magdalena sobre la mesa y cerró con cuidado la puerta acristalada. Sólo había que esperar a que el aceite concentrado de nuez que había inyectado en la magdalena hiciera su efecto. Y ¡vaya si lo hizo!. Después del oficio fúnebre, el avión privado de su cliente Nurcinho, la estrella brasileña de fútbol, le esperaba en el aeropuerto para conducirle a un resort en la Amazonia. Para cuando descubrieran el fraude, él ya estaría lejos con una nueva identidad y un nuevo aspecto. Pobre Román; más le habría valido creer que todo era un baile de números.

••••••••••

Imagen: Autor, CIRO MARRA