"Azul celeste" de Kika Cristancho

26.07.2021

Recuerdos escritos en el tiempo, plantean siempre un bello encuentro; ese recuerdo se me revuelve en las neuronas y es inevitable que no me moldee el corazón. Eran ellas dos solas en un avión agarraditas de las manos intocables a las miradas. Cartagena de indias pintaba la tarde más rosa y naranja que nunca, se escuchaban las olas reventando contra la playa y brotaba un olor a coco y ron: propios del Caribe. Llegaban a prometerse entre papeles, amor eterno. Matilde y Martina habían planeado este viaje luego de una tarde entre cervezas y tapitas, donde conocieron a dos chicos que les habían compartido una corta historia entre política y amorosa. No hace mucho, en Colombia la historia empezó a escribirse y el matrimonio igualitario rompía toda expectativa costumbrista -un día casaban los jueces, y al otro disolvían matrimonios sin más- ni la ley se respetaba. Así que, varias organizaciones intentaban conseguir amantes rebeldes que quisieran unir sus vidas, y así demostrar ante el sistema judicial, que el amor sin importar debía tener equidad.

Porque es inevitable pensar en el amor sin estar acompañado de rebeldía. En el delirio de persecución. Toda historia de amor inicia en contra de toda expectativa, - ¿qué cosa sería el amor sin desobediencia? -. Llegaba entonces aquel día, el encuentro inicio con un juez en una estación de buses; de estos buses coloridos llenos de formas, música, aromas llamados "chivas"... Puesto que el lugar en donde se ejecutaban estas uniones quedaba en una pequeña población cerca del Canal del Dique, curiosamente un lugar fundado por jesuitas. En camino y esta vez soltadas de las manos, porque las miradas no se hacían esperar para juzgar, para murmurar. Me contaban que se sentían como en una historia contada por el Gabo: mariposas amarillas ondeando entre las ventanas de la "chiva". Pequeñísimas poblaciones de desplazados por la violencia en medio de la carretera árida y llana, con sus niños descalzos, quizás con pocos alimentos, pero con una alegría que solo la gente del caribe puede expresar en medio de tanta desigualdad. En el camino casi cerca de llegar, un burro se atravesó y tuvieron que pasarlo a una corta velocidad, ahí pudieron percatarse de sus ojos azules celestes, casi como un encuentro casual, mágico y surreal.

Mientras todo esto pasaba el juez con una voz alta y orgullosa, contaba que ellas dos serian la pareja número veintiocho que casaba en esas condiciones, era el único que se había ido en contra de la legislación en Colombia y con valentía lo hacía. ¡Claro! ahí entendían el por qué de las miradas penetrantes y excluyentes que desde la salida de Cartagena tenían sobre sus hombros. Por fin la "chiva" se iba deteniendo en medio de dicho poblado, que en realidad no parecía poblado. Las casitas con un aspecto español, en su mayoría blancas y de muros altos con tejados de barro rojo, las ventanas amplias y abiertas pero sin un alma que se percibiera a primera vista. Matilde y Martina se bajaron junto al juez en medio de una gran plaza de piso de piedra y carreteras de arena, al fondo se veía una iglesia y junto a ella los edificios municipales. Caminando lentamente, porque hacía un sol que brillaba entre las pocas plantas que habían, entonces se fueron percatando de miradas tímidas entre las ventanas, de susurros comentando la visita de estas samaritanas a su población: nadie sabía de esas voces, solo se sentían; nadie sabía de ese encuentro, solo se deducía.

Entraron así en el recinto. Ellas dos, un juez, su secretaria, la hija de la secretaria y un personaje desconocido en pantalones cortos y chancletas con una risa un tanto nerviosa o burlona en su rostro, iban a ser los dos testigos del encuentro. Así pasó esta unión sin bombos, sin conocidos, sin celebración, solo se partió un pastel de naranja que el juez, lleno de admiración preparaba él mismo en su casa para las personas que casaba en estas condiciones. Como una bella poesía, se pactó aquel amor que no fue cobarde llegando a historias y cuentos, salvándose de la soledad de los ojos prejuiciosos, haciendo revolución con su honestidad.

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Imágen: Obra del pintor Ciro Marra