"Aurora" de Juan Manuel Arriaga Benítez

Me despertó el fuerte resplandor que entró por la ventana. Aunque al principio pasó desapercibido, después recordaría con incómoda exaltación el inusual brillo azul claro que emanaba.
- ¡Demonios! Ya amaneció-, me dije en voz baja.
No había dormido lo suficiente la noche anterior, porque el peso de la angustia por aquellos resultados clínicos, aunque no concluyentes, era estremecedor, me oprimía el pecho hasta el punto de dejarme sin aliento.
Aun así, debía sacar a pasear a mi perro, por lo que tuve que hacer un enorme esfuerzo para lograr sentarme en el borde de la cama. Me aproximé a la ventana para mirar hacia la calle y desperezarme.
Sin embargo, lo primero que vi me dejó helado: un enorme vórtice de una materia parecida al plasma se revolvía en la atmósfera, casi justo por encima de mi cabeza. La ventana enmarcaba ese cuadro de mayestático horror como si estuviera viendo una cinta de ficción.
- ¿Es eso una aurora boreal?- me pregunté, pero el silencio de mi incertidumbre fue una respuesta más aterradora aún que la fuente misma de la que aquella surgía.
El shock inicial me llevó a pensar que estaba durmiendo todavía, pero a los pocos segundos me cercioré de que estaba despierto. Sólo el sonido de un mensaje entrante en mi teléfono me distrajo de tan increíble espectáculo; me dirigí nuevamente a la cama y tomé el móvil. Número desconocido. De todas formas, la curiosidad me sometió y abrí el mensaje. Lo leí en voz alta:
- "¡No dejes que Ciara te vea! Por nada del mundo debes cruzarte con Ciara".
Ciara es la estudiante de intercambio que llegó hace dos meses a uno de los apartamentos del edificio detrás de mi casa. Nos hicimos buenos amigos luego de que me viera paseando a Luludi, mi perro, por el parque de enfrente. Ella ama los perros. ¿Por qué el mensaje me advertía con tanto énfasis que me alejara de ella?
La historia no tardó en responderme.
Mi curiosidad se hizo cada vez más intensa. La aurora o el plasma o lo que fuere seguía en el firmamento, ondeando con sinuosos pliegues de luz que daban un aspecto tenebroso a la noche.
Todo se volvió más confuso y terrorífico aún, cuando justo a la hora del amanecer el sol no apareció por el horizonte sobre las 7:00 de la mañana.
A las 7:15, cuando ya el resplandor debería haber iluminado mi estancia, supe que algo no andaba bien, algo estaba sucediendo con el planeta entero. Decidí encender la televisión y mirar las noticias. ¿No podía ser el único que estuviera viendo tan tétrico evento justo en un cielo extrañamente nocturno a una hora tan avanzada del día?
La televisión, sin embargo, no transmitía. Sólo se veía el parpadeo blanco y negro de la estática. Ningún canal pudo ser sintonizado. ¡Algo en verdad andaba mal y sólo empeoraba!
La tercera vez que me asomé a la ventana, vi a Ciara frente a su edificio, casi sobre la calle. Miraba el luminoso evento atmosférico con igual incertidumbre que yo cuando me desperté creyendo erróneamente que había amanecido. No había nadie más que ella en todo lo que abarcaba mi mirada desde la ventana.
Recordé el enfático mensaje: "Por nada del mundo debes cruzarte con Ciara". Un fatídico escalofrío recorrió mi espalda, gélido, extraño. ¿Qué sucederá si voy a hablarle? ¿De verdad puede un mensaje tener una carga profética?
Me vestí rápidamente y salí a la calle.
Caminé hacia Ciara con paso veloz. Ella no notó que me acercaba hasta que le toqué el hombro. Por alguna razón no me había percatado de que un extraño sonido, inaudible desde dentro de mi habitación, se emitía desde el lugar del firmamento en el que aquel evento meteorológico sucedía.
Al voltear, Ciara quedó estupefacta. Su rostro se puso tan pálido que parecía como si la sangre le hubiera huido del cuerpo.
- Ciara -exclamé-, ¿qué sucede?
Las palabras de Ciara fueron estremecedoras. Hoy, a más de dos años desde que las oí, no puedo evitar aterrorizarme.
- ¿Agustín? Tú... pero... -titubeó-. ¡No deberías estar aquí!
- ¿Por qué?- dije sumamente confundido.
- ¡Ayer... ayer te suicidaste!