"Árboles" de Unai Garate Cotano

31.10.2020

El bosque de la Ikastola* se asemejaba a un mundo hecho para nosotros. Le dijimos a Aketza que para ser de los nuestros tenía que trepar hasta aquella rama del castaño y pasar al nogal que estaba al lado; de rama a rama, que juntas casi se tocaban y formaban una especie de arco. Sabíamos trepar hasta arriba, fácil. Sin embargo, ninguno de nosotros había pasado de un árbol al otro a través de ésas dos finísimas ramas.

Aketza escaló veloz, con gesto crudo en el rostro y resoplando para todo el continente. Llegó al punto clave. Empezó a deslizarse como un limaco por la rama, que era tan sólo algo más gruesa que el cañón de una escopeta de caza. La rama se partió y Aketza cayó unos cinco metros al suelo como si cayera una ternera. Impactó contra las hojas húmedas y el barro y rebotó al menos unos veinte centímetros, hasta volver a quedar totalmente tumbado. No dijimos ni mu. El silencio nos paralizó, estábamos unos cinco. Creo que mientras pensaba por primera vez en mi vida que "nos habíamos cebado", Aketza alzó algo la cabeza y, con voz densa y ronca, mirando boca abajo, dijo: ¡llamar a la andereño**, andereñoooooooooo!, y empezó a llorar.

Salí corriendo sin mirar atrás, con la respiración alterada.
Atravesé el sendero flanqueado por helechos húmedos y salté sobre troncos cruzados en los caminos de barro como si corriera por un campo de fútbol con un césped perfecto. Gritaba en mi interior: ¡andereñooo!, y oía mi corazón bombear.

Al de una hora me acerqué a la enfermería y vi a Aketza tumbado boca arriba con mejor aspecto. Descansaba junto a una andereño que le cogía la mano con ternura. Aketza giró la cabeza y dirigió sus ojos a los míos.

No era una mirada de odio, era como si me estuviera pidiendo algo.

Corrí al comedor.

*Colegio, **Maestra