"Árbol" de Alejandro Jacobsen

01.07.2022

El Tano, por fin, pudo espantar al cusco que insiste en entrar al bar siguiendo algún rastro de comida, olisqueando bajo. Ahora que logró sacar al perro, está afirmado en la barra, mira hacia el fondo, donde está la cancha de bochas, pasa sus ojos sobre la mesa de billar, se detiene un instante en la mesa donde un tipo alto y otro de saco azul fuman y hablan; y, por fin, se deja arrobar por el gesto de repasar con la rejilla la fórmica algo deformada sobre la que está apoyado y aguarda que entre alguien y lo saque de ese lugar. Esquiva el pensamiento, levanta la campana plástica que cubre los pebetes, solo para hacer algo, insiste con la rejilla, hasta que mira el reloj que cuelga sobre su cabeza contra la pared amarillenta: son, otra vez, las cinco de la tarde.

Un vecino que vive a unas pocas calles del club aparece en la entrada, pasa debajo de la lamparita que ha estado encendida todo el día y hace un saludo con un breve movimiento de cabeza hacia la barra. El Tano, por fin, puede salir de ese lugar y se acerca a la mesa chica del rincón, donde se está acomodando todavía el recién llegado.

― Un vermú.

El Tano responde con un mezquino gesto afirmativo y vuelve a la barra. Insiste en esquivar sus pensamientos; agarra un vaso, busca el hielo y la botella. Camina algo perezoso, deja el vaso en la mesa, frente al recién llegado, y escucha la pregunta:

― Tano: ¿sabés cuántos años tiene el álamo ese?

El árbol está en la vereda, se lo ve por el ventanal del bar: ancho, pálido, soportando el otoño que lo desnuda y lo apoca; aguantando los días.

― Ya estaba cuando agarré la concesión del club.

Un silencio de bruma los baña ahora, los dos dejan sus ojos sobre el álamo, a través del ventanal y se quedan dudando: ¿los días de un árbol son todos iguales?

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Imaqen: Obra de la pintora Edurne Gorrotxategi /Getxo, Bizkaia)