"Aquella flor" de Nieves Fernández Rodríguez

30.08.2022

(Dedicado a la rosa de "El principito", probablemente)

Hace tiempo, conocí a una flor ilusionada que llevaba una vida envidiable. Tomaba el sol todas las tardes y abría sus pétalos sin reservas a cuantas personas la admiraban. ¡Qué bellos pétalos teñidos de carmín! ¡Qué sencillo brillo de vida! Esa vida pronto le exigiría unos conocimientos de la misma, una experiencia de la costumbre, un todo de la nada y una nada del infinito.

Era la joven flor ilusionada, donde el sentimiento ha dejado sus alas, y ya no quiere más; sólo la espera que hará de su inocencia una primavera cargada de frescor.

Ella quiere llegar a ser la flor entera que de niña soñó. No la dejan ser una flor cualquiera. Ha de ser ella misma, sí, pero con el perfume de un símbolo que no quiere tomar. No ve más allá de la propia vida; de la razón no quiere hablar, y es que la razón es fría como el hielo y ajena como lo que no es humano.

Sin embargo, la humanidad prosigue y es la humanidad la que le obliga a adoptar la razón, lo real de lo irreal, la exactitud. Una exactitud que no comprende, porque de hombres es no ver y no creer.

- "Tampoco ha de verse la amistad y se cree en ella", le hablarán a la flor desesperada.-

- "Sí, pero ella se siente llegar y satisface."

"Y... ¿no te satisface, joven flor, poder contar tus pétalos, tus amigos y decir tantos tengo?" -le insistían.

Ella no admiraba la cantidad, sino la calidad y la belleza. "Lo auténtico -decía- es tener un solo pétalo porque uno es tu cuerpo aunque haya varias conductas; pues, éstas solo guían a la falsedad y a la mentira..."

- "... En cuanto a los amigos sólo quiero uno que reúna lo que debe reunir en esencia la amistad".

Mientras tanto, sufría por no poder llegar a lo eterno mediante sus conocimientos, y eso, sí que era importante.

Y había de seguir adelante.

Y tenía que dominar sus sentimientos.

Y debía creer en la ciencia. Una ciencia que la incluía a ella hasta la última de sus raíces.

- "Acepta la ciencia -le pedían-, tú eres ciencia".

Y contestaba: "Soy ante todo flor". Y se dormía. En el sueño olvidaba las imágenes de la razón. Allí alcanzaba su objetivo; pero, tampoco aquello era vida. Sus sueños eran como los globos hinchados de los niños que siempre tienen miedo a explosionar por algún instrumento punzante o por el mismo sol.

La flor dormía y soñaba, con miedo a despertar a la realidad diaria.

Soñaba con estudios de verdad, de simpatía y con escuelas de ilusión.

Abolía la indiferencia, la injusticia, la inseguridad y la ira.

Proclamaba la eternidad como flor dormida. Y también odiaba... le molestaba hacerlo.

Sentía danzar a los números a su alrededor como máscaras de terror. En la pesadilla se mezclaban los signos de todos los idiomas, formando palabras ininteligibles. Soltaban carcajadas estrepitosas cada vez que gritaban: "¡Cógenos!".

Era algo escalofriante y la flor lloraba.

- "Soy ante todo flor" -repetía-. Y despertaba.

Pero como siendo flor muerta no servía para nada, hubo de aceptar la ciencia mediante abono...

Aquella flor pudo salvarse. ¿La eternidad? No se sabe, quizá dejó sembrada una ilusión o la imposibilidad de comprender lo exacto e irreal.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)