"Andrade" de José del Castillo Domínguez

27.10.2020

Nunca supe el por qué se transivergan los acontecimientos de aquel día tan triste para los lugareños, no cabían más hormigas dentro de aquella plaza tan grande, los nenes se subían a los hombros de sus padres, a las farolas u otras alturas que le pudieran servir para ver tal desfachatez.
Pero todo tiene una razón, la voz de los embaucadores de baratijas era más potente que mil elefantes a la llamada, una bravuconería que daba de cofemar a un pueblo lleno de una incordiante ignorancia, tan radiante y necia.

Me acuerdo cuando la Guardia Civil se presentó con su caballería, nunca vi tanto despliegue para un pueblo tan sencillo; al menos unos doscientos, iban montados a caballo, otros en coches, furgonetas, motos. La guerra no estaba empezada, en los atriles los charlatanes cada vez con un tono más alto, muchas veces se trababan entre ellos, como si fuera una competición, pero no, era la realidad, una pequeña revolución de no más de mil personas como vecinos.
Pero todo esto es el principio, todo es una agonía recordando cuando en aquel puente apareció la cabra de Andrade colgada por los cuernos, lo que tuvo que berrear el pobre animal, la noche además estuvo tan mala, que nadie escuchó su agonía: el viento, la lluvia la convirtieron en muda.

Se buscó quién fue el mal agradecido que pudo hacer una cosa tan desagradable al bueno de Andrade, era un hombre que no se metía con nadie, hacia favores a todo el mundo, sólo quería estar solo en su casa en el campo. No era la única cabra que tenía, poseía un rebaño muy apañado, pero esa era la cabra que domesticó al quedarse huérfana, la crió de biberón y parecía más un perro que lo que sus genes decían.

Él, apenado por la desgracia de su animal, se tiró una semana que no salía de su casa, las cabras se las metieron en una cerca antes de que se murieran de hambre los amigos del pueblo. La aflicción le oprimía el pecho que tuvo que ser atendido por el medico en dos ocasiones, hasta que fue admitiendo la perdida.

El acontecimiento fue disminuyendo de intensidad, todo volvía por sus fueros como si nada hubiera sucedido. Investigaron a todos, pero no encontraron motivos en ninguno para tal atrocidad, de fuera no pensaron en nadie, ya que no mantenía contacto con el exterior, sólo con los que venían a comprarle los cabritos o algunas cabras.

A los pocos meses Andrade empezó a vender sus cabras, fue un día a la iglesia para hablar con el cura, hacia ya unos años que no iba, la última el entierro de su hermano que vivía en Tarragona, no tenia más parientes que los que estaban en el cementerio. Cuando lo recibió el párroco, le dijo que se quería confesar, el sacerdote muy gustoso le respondió que sí, con la amabilidad que le precedía, lo invitó a sentarse en un banco de la desolada iglesia, el silencio era atronador, cuando empezaron con el Ave María y sin pecado concedido, el pecador empezó a largar casi toda su vida, ya llegando a la ultima parte de la misma, le dijo: padre, ¿sabe usted quién mato a la cabra?, sabe, fui yo, me diagnosticaron un cáncer terminal, y me quedan la verdad unos meses de vida, y fui yo, me sentí culpable y la maté; antes de que me preguntaran, quise hacer ver que fuera otro.

Al fondo de la iglesia se escucha cómo se cierra la puerta, los dos no se percataron que los estaban escuchando.