"Ana Paula y la cordillera" de Horacio Thedy

08.11.2020

Guillermo baja la velocidad de su moto, señala un árbol al costado del camino. Paramos a unos metros. Conozco el lugar: hay un gran ciprés, un arroyito pasa por un costado y las nieves eternas del volcán Lánin como fondo. Es un día ideal sin nubes y poco viento. Me saco el casco, a medida que el polvo levantado por las motos se disipa puedo ver a una chica sentada junto a su mochila nueva, tomar mate. Los borceguíes nuevos, muy caros, tirados a un costado. Parece una publicidad, todo su equipo de montaña es nuevo. Su cara está llena de polvo y aun así puedo ver que es hermosa. Nos ve. Su mirada se fija en Guillermo ya sin el casco. Lo reconoce y descalza camina con dificultad hasta nosotros sonriendo. Lo abraza y le pregunta que hace allí. Guillermo con el típico acelere porteño y muy entusiasmado le cuenta que fue a buscarla porque consiguió tres desfiles espectaculares: en el Hilton Buenos Aires, el Hilton de Miami y el Walforf Astoria en New York.

Ana Paula se queda callada, piensa unos segundos, mira el paisaje y dice que no puede. Guillermo, sorprendido, la interrumpe. pregunta que cómo que no puede. Ana Paula baja la vista, con el dedo gordo del pie hace circulitos en la tierra suelta; con la cara sucia y esa actitud parece una nena a la que pescaron en una travesura y piensa cómo salir sin un castigo de la situación. Guillermo abre la boca como si fuera a decir algo, pero calla. No dice nada. Busca en los bolsillos de su flamante campera de cuero, tan buena que da lástima verla llena de tierra, busca pero no encuentra. Camina de un lado a otro revisándose los bolsillos. Va a la moto, abre la alforja, saca un cigarrillo electrónico. Ansioso se pone a chupar el aparato al lado de la moto, creo que en ese momento se olvidó de nosotros.

Ana Paula no le da importancia al frenesí fumoso de Guillermo, despacio va hasta el ciprés, lo abraza y susurra: amigo, gracias por tu sombra, por favor ayúdame a comprender qué me pasa, necesito un poco de tu energía.

Guillermo sigue fumando su falso cigarrillo junto a la moto, Ana Paula, despacio, se suelta del árbol y muy tranquila agarra la pava y va hasta el arroyito. Se lava las manos y la cara, es muy muy linda. Llena la pava, vuelve a donde estaba cuando llegamos, busca en la mochila, saca un pan casero integral y queso de cabra. Con una Vitorinox hace un pocito en la tierra en el que tira un poco de yerba, un chorro de agua de la pava, corta dos rebanadas de pan y una feta de queso, que también deja en el pozo. Tapa el pocito y agradece a la Pachamama por lo que generosamente nos brinda. Prepara el mate como si fuera parte de la ceremonia, me invita pan y queso que acepto agradecido porque ya está siendo la hora de la merienda. Mira a Guillermo, que apoyado en la moto sigue fumado un poco más tranquilo, le hace señas con el mate. Él se acerca, se sienta en el suelo, acepta el mate y el sándwich que Ana Paula le ofrece. La mira de arriba abajo, parece que va a decir algo pero se calla y le pega un mordiscón al sándwich. Por fin, Ana Paula se sacude las manos, lo mira a los ojos y muy tranquilamente le dice: No voy. Me quedo en la cordillera. Me gusta la Patagonia Argentina.

Guillermo se para, camina de un lado a otro, va a la moto, vuelve, mira a Ana Paula, que tranquila come su sándwich, regresa a la moto busca y saca un paquete de cigarrillos, se prende uno, se me acerca y balbuceando me pregunta si puedo decir algo, que le explique lo difícil que es vivir en la cordillera.
Se quedan mirándome, Ana Paula tranquila toma mate, Guillermo ansioso fuma. Digo: -No sé qué esperan de mí, yo los guío a donde quieran, pero más vale que se decidan pronto porque se viene la noche y acá no está permitido acampar.