"Amotinadas" de Santiago Domínguez Suárez

12.09.2022

La mujer abrió los ojos y la madrugada aún seguía ahí. Le dolía moverse; su cuerpo era un tachismo en el que predominaba el color morado. «Cállate viento, no debemos despertarlo» decía su mente en repetición mientras ella se levantaba de la cama rogándole al silencio que no se fuera. Sin embargo, el suelo se quejaba por cada paso que daba. Sus huesos, protestaban y el abanico bajaba la voz.

Cuando ya casi llegaba a la puerta, su memoria la defraudó. Entre tanta oscuridad, tropezó un mueble en donde reposaba encima un vaso de aluminio.

El sujeto despertó, y por inercia, se imaginó golpeando y abusando de nuevo a la mujer. La ansiedad usó los ojos del hombre como proyector; entonces subió las escaleras despedazando cada mínimo silencio, sus botas lastimaban cada escalón. Toda la tensión hizo que el sol dudara si quería salir. Abrió la puerta del cuarto, y la mujer cubierta por sábanas con el corazón pateándole el pecho, optaría por su otro plan.

Desabrochándose el pantalón, el hombre luchaba a muerte contra sus ganas. Había trabajado mucho como para arruinar su ansiado momento: quería disfrutar bien la escena.

Ella, con el alma en la garganta, esperó a que su padrastro se acercara lo suficiente.

La ciudad se estaba quedando muda. El aire se resistía a entrar a la habitación. Las estrellas amotinadas, miraban hacía otro lado.

Al sentir una mano helada cubrir su pierna, la mujer debajo de la almohada deslizó la suya lentamente hasta alcanzar un cuchillo.

Lo apretó fuerte mientras la lava se apoderaba de sus venas.

Cuando las condiciones eran las apropiadas y las estrellas ya se atrevían a mirar, la chica se volteó y con un rápido movimiento, le clavó con rabia el cuchillo penetrándole así el cuello. En ese momento, a la ciudad le volvió el color. Los pajaritos se preparaban para dar los buenos días. El sol, al fin, se decidía por salir.

El hombre aterrorizado lo sentía como una cascada en el cuello. Resistiéndose a cerrar los ojos, cayó de rodillas al suelo. La muerte se puso a su lado, le acarició el cuello y se chupó los dedos.

La mujer, aguantando sus lágrimas en las pestañas, luchaba a muerte contra sus ganas. Había trabajado mucho como para arruinar su ansiado momento: quería disfrutar bien la escena.

••••••••••
Imagen: Obra de la pintora Rosa Salinero Rojas (Vitoria / Ciudad Real)