"Amor sublime" de Carlos Ordinas Noguera

29.08.2021

Era una noche tempestuosa, caía una espesa lluvia que, debido al fuerte viento reinante, golpeaba insistentemente los batientes de los grandes ventanales del castillo.

La lluvia al caer se mezclaba en el mar con sus negras aguas y las corrientes submarinas empujaban las olas hacia la costa e iban a romper en el acantilado sobre el que se alzaba el ala Este. En el interior se apagaban las últimas luces; era ese momento en que "el músculo duerme y la ambición descansa", como dijo el poeta.

Peter Maxwell, que se hallaba acostado hacía escasos minutos, se incorporó en el lecho y escuchó a través del silencio de la noche; solo lo rompían el fragor de la tormenta y el continuo batear de las ventanas. Se levantó, encendió un fósforo, lo acercó a un candil que se encontraba sobre la mesita de noche y, al prender la llama, salió con él de la habitación.

Caminaba despacio por los largos pasillos, que se iluminaban fugazmente a su paso. Repasó uno por uno todos los ventanales hasta que encontró los que se hallaban abiertos, los cerró y se dispuso a volver. De pronto, al pasar frente a la puerta de la alcoba de ella, tuvo como una extraña sensación que invadió todo su ser, quedose quieto unos minutos, respiraba entrecortadamente, estaba indeciso, quiso entrar; pero al momento... rehusó la idea, retrocedió sobre sus pasos, se detuvo, numerosos pensamientos se agolpaban en su mente; al final entró, empujando la puerta muy despacio, casi sin hacer ruido, se acercó a su lecho y la vio. Levemente iluminada por el resplandor del candil, estaba bellísima, su rostro era realmente angelical, pensó en alejarse del lugar, mas su cuerpo permaneció inmóvil, temía despertarla pues su corazón latía con una fuerza desmesurada; se acercó para besarla en la frente, súbitamente ella despertó, le abrazó y besándole y con voz muy dulce y suave le dijo: "Buenas noches, papa".

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Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)