"Alma de cántaro" de Javier Celada Pérez

21.08.2022

Cuando nos ponen en la cabeza el cañón de una pistola, nuestra reacción inmediata es buscar una posible escapatoria. Pero, afortunadamente, el reflejo del cerebro al contacto con el acero suele ser más rápido que los impulsos nerviosos, y este, de manera automática, busca su propia salida ―generalmente la rendición―, convertido en orina o heces, por cualquiera de nuestros conductos de evacuación. Así es como el miedo decide por nosotros; de ahí, que nos que-demos paralizados y como idiotas ante este tipo de amenazas. Cagados, sí, pero a menudo vivos, que es de lo que se trata.

El caso es que yo anoche debía de andar, además de estreñido y prostático, con mis neuronas en modo rebelde, pues fue notar en la nuca la boca de un revólver, cuando, instantáneamente, cerebro y nervios respondieron como un resorte a mi orden de contraatacar. Torpe estrategia, la verdad, ya que decidí hacerme el karateka emulando a Bruce Lee, en lugar de quedarme quieto suplicando la compasión de mi sicario, como hubiera sido lo normal.

Tras mi patética intervención, que consistió en gritar «Kiai» al tanto que le atizaba a mi enemigo una coz en la espinilla, poco más pude hacer antes de caer al suelo moribundo, salvo llevarme las manos al boquete por el que la bala salió furibunda de mi pecho y balbucear un lánguido: «Hijo de puta».

Yo, supongo que igual que ustedes, también desconocía la existencia del lugar en el que me encuentro. En realidad, no estoy seguro de que puedan entenderme en este momento ni tampoco sabría definir lo que ahora mismo soy o de qué estoy compuesto. Entiendo que he muerto porque no siento mi cuerpo ni me veo (de hecho, no veo ni siento nada), pero, sobre todo, porque ya no albergo un ápice de odio ni rencor, sentimientos ambos, que ocuparon mis últimos segundos de existencia. En cambio, puedo visualizar que no estoy solo. Puedo imaginar que soy una pluma en la brisa porque percibo el roce del aura de otras plumas. Puedo figurarme que estoy en el cielo de las plumas porque intuyo la fe que lleva esta brisa. Puedo...

...Puedo afirmar que cuando nos ponen en el vientre el filo de un bisturí, la reacción del cerebro es la misma que cuando nos ponen en la nuca una pistola. Afortunadamente, no todas mis neuronas murieron tras el disparo. La parte más desagradable de mi vuelta a la vida es que me he despertado cagado y meado encima de la mesa del forense.

••••••••••
Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)