"Alegoría" de José Luis Guerrero Carnicero

11.09.2020

La vegetación era tan espesa que algunas zonas permanecían en penumbra.

No sabía cómo había llegado a esa jungla tropical.
Su último recuerdo era haberse acostado en su cama y haber puesto el despertador a la hora habitual para ir a trabajar.

Estaba seguro que no estaba soñando, todo cuanto le rodeaba era real. Ni siquiera recordaba haber despertado. Simplemente estaba allí, donde quisiera que fuera.

Desde que tenía consciencia de estar caminando, habían pasado ya unas horas, pero no se podía hacer una idea de cuanto terreno habría recorrido. En un paraje conocido estimaría haber hecho varios kilómetros, pero allí avanzaba muy despacio.

Se topó con un río. No podía continuar, desconocía cual sería la profundidad de sus aguas, pero ni se le pasó por la cabeza sumergirse en ellas. El caudal no era muy rápido, discurría tranquilo, pero su color era marronáceo y se le antojaba de lo más peligroso.

Tampoco tenía mucha idea de por qué quería seguir avanzando. No sabía a dónde iba.

Se decidió a andar en paralelo al caudal del río, y al doblar un recodo se encontró con un puente muy rústico. La alegría le hizo apretar el paso, aunque seguía sin tener claro por qué o para qué tenía que avanzar.

El puente era simplemente dos troncos de árbol unidos con cuerdas que atravesaba de lado a lado. En los laterales tenía, cada dos metros más o menos, unas estacas verticales que servían de soporte a unas lianas a modo de pasamanos.

Comenzó a caminar por los troncos resbaladizos, aferrado con fuerza a las lianas. Le daba auténtico pavor que sus pies tocaran el agua, pensaba que podría haber pirañas o cocodrilos... O ¿quién sabe qué otro terrible bicho?
Al llegar a la mitad, aproximadamente, notó o pensó que la estabilidad era precaria, por un momento se quedó atenazado por el miedo, pero quizá ese mismo miedo le hizo reaccionar y echar a correr. Consiguió llegar a la otra orilla, pero escuchó cómo a su espalda se desmoronaba el puente, y al volver la cabeza vio los troncos flotando río abajo.

Sintió alegría por haber llegado sano a tierra firme, pero solo le duró un instante porque el pensamiento inmediatamente posterior era que ya no había marcha atrás.

Estaba empezando a oscurecer y le pareció que lo más prudente era buscar un lugar lo más seguro posible para pasar la noche.

Encontró un grupo de árboles en una zona elevada con respecto al nivel del terreno que abarcaba con su vista, y le pareció el lugar ideal.

Cuando se sintió relativamente seguro empezó a sentir hambre. No sabía cuánto tiempo llevaba sin comer ni beber, pero también se encontraba enormemente cansado, seguramente como consecuencia de la tensión. Esperaría al amanecer para pensar en buscar comida.

Cuando sintió en su rostro el sol de la mañana pensó que al abrir los ojos estaría en su cama y se sorprendería haber tenido un sueño tan real, pero seguía estando en aquella inaudita situación. Sintió una enorme desesperación, no sabía cómo había llegado allí, ni por qué, ni para qué. Solo era consciente de su existencia, de un entorno al que se tendría que acostumbrar y... de un instinto de supervivencia que sería su único aliado para afrontar una situación que, tal vez, jamás llegaría a entender.

Aunque no llegó a encontrar ninguna respuesta, si llegó a una conclusión, las preguntas que se hacía eran las mismas que antes de estar en aquel lugar.