"Al otro lado" de Alejandro Manzanares Durán

05.09.2022

Cada mañana, al otro lado de la valla contemplaba un mundo mejor. Un sueño que desde su juventud le impulsaba a dar el salto para el que ya creía estar preparado. Aquellos que conoció y se atrevieron anteriormente, aunque nunca tuvo noticias, intuía que disfrutaban ya de su merecida recompensa. Cuando salía el sol por el horizonte, su mente se fijaba como objetivo realizar tan ansiado viaje.

Aquel día, tal vez el menos esperado, sin saber exactamente cómo, se vio transportado en uno de esos oscuros y lóbregos camiones que tantas veces había visto pasar de largo. No importaban las incomodidades ni sacrificios que el viaje exigía, al otro lado aguardaba la libertad.

Era de noche cuando, al bajar junto a sus compañeros, fue introducido en un reducido y oscuro lugar donde únicamente se presentían las sólidas paredes que les rodeaban. Sospechaba que se encontraban muy cerca, al pie mismo de la valla y tendrían que esperar el momento adecuado para asaltarla. Con ese pensamiento trataba de descansar y acopiar fuerzas para el gran momento. Tomando la iniciativa y con decisión consiguió el mejor lugar para reposar su vigoroso cuerpo sobre el frío suelo. Soñó con interminables campiñas, donde el sol con sus rayos y manantiales de aguas cristalinas alimentaban los tiernos y jugosos tallos verdes de sus perennes hierbas. La paz y el sosiego, junto al limpio y aromático aire que percibía consiguieron hacer más profundo su letargo.

El fulgor de la luz del amanecer colándose por una grieta, al incidir sobre sus pupilas, le volvió bruscamente a la realidad. Incorporándose enérgicamente pudo constatar que el techo del recinto estaba cubierto únicamente por unos cuantos maderos dejando la mayor parte a la intemperie. En la pared, una solitaria y robusta puerta de hierro.

No había cruzado una sola palabra con sus compañeros durante ni después del viaje; tampoco ellos hicieron intento de acercamiento, cada uno permanecía expectante y desconfiado de su entorno. Ahora podía escuchar, aunque no entendiera nada, cómo aquellos extraños, encaramados en los tablones, parecían seleccionarles. Supuso que se acercaba el momento de acometer el salto encontrándose entre los elegidos. Les fueron separando individualmente en estancias más pequeñas y totalmente a oscuras. La adrenalina fluía a raudales por sus venas haciendo latir su corazón a cada instante con mayor velocidad.

Horas después, al abrirse con estrépito la puerta de su aposento, se inundó por completo de luz. Era la señal, su momento había llegado y se lanzó impetuoso al exterior sin mirar a ningún otro lado que al frente tratando de acometer y superar la tan ansiada y temida valla. Antes de alcanzar la salida notó un pinchazo en la espalda que le hizo envalentonar aún más. Sin embargo, ni al frente ni a los lados pudo encontrar valla alguna, solo paredes infranqueables donde ahora tampoco podía distinguir la puerta de salida.

Algo, a lo lejos, reclamaba su atención, y aunque se lanzó al encuentro en repetidas ocasiones, siempre conseguía esquivar su impetuosidad. Se tomó un respiro, y al mirar a su costado divisó una mole estática a la que, creyendo una pared accesible acometió con todas sus fuerzas. Instantáneamente notó como algo frío y duro se incrustaba en su espalda y aunque el dolor era grande, no cejaba de empujar tratando de derribarla. No encontrando otra posible salida, volvió sobre sus pasos para acometerlo de nuevo. Esta vez el dolor llegó aún más adentro con él mismo y nulo resultado. Al ver a su espalda otro objetivo menos compacto desistió para intentarlo por ahí. Como respuesta sólo pudo conseguir nuevas y dolorosas laceraciones sobre su piel.

Deambulaba por el terreno desorientado, cansado e incapaz de encontrar salida alguna cuando, relativamente cerca, alcanzó a ver el resplandor del sol sobre una gran pieza de metal. Reuniendo el resto de fuerzas se lanzó desesperadamente a su encuentro. Acogiendo, y enterrando plenamente su fulgor hasta lo más profundo de su ser, por fin, y tras unos instantes de confusión y desasosiego, pudo encontrar, al otro lado, la tan ansiada libertad.

El sol se ocultaba cuando alguien dijo:

- Hizo méritos para indultarlo; tenía casta y bravura este "negrito".

- ¡Desde luego!, hizo honor al quinto de la tarde.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)