"700 estrellas" de Santi Noci Romero

22.10.2020

Era una noche fría de invierno, el viento soplaba levemente, pero ella sentía que le cortaba la cara. Había salido tarde de trabajar y las calles del pueblo estaban desiertas, las luces amarillentas delataban que la niebla empezar a caer, difuminando el blanco de las fachadas y creando una aureola resplandeciente alrededor de cada farola.

Volvía a casa. El abrigo la abrazaba y tapada con la bufanda y el gorro, sólo se podía distinguir el brillo de la montura metálica de sus gafas. Su respiración se agitaba al aligerar el paso

A lo lejos distinguía una silueta que, conforme iba acercándose, se iba definiendo. Era un hombre alto, corpulento, llevaba un sombrero de ala y se enfundaba en un abrigo largo. Los brazos pegados al cuerpo y las manos en los bolsillos delataban la helada que estaba empezando a caer.

Al pasar por la puerta de la panadería Ramírez, el calor del horno calentaba convirtiendo el ambiente frio en cálido y agradable, en ese mismo momento, con elegancia, se tocó el sombrero y la saludo cordialmente:

- Buenas noches, señora.

Ella respondió con un movimiento de cabeza, inclinándola ligeramente hacia un lado. En ese momento contempló su cara angulosa, con los pómulos marcados y la barbilla afilada. Sus ojos verdes desprendían una luz que ella no pudo evitar contemplar durante los tres segundos que duró el cruce de sus miradas.

Por su parte, el forastero pensó que tendría que repetir la sensación de mirar aquellos maravillosos ojos miel detrás de aquellas gafas, y descubrir el resto del rostro que se escondía tras aquella bufanda.

Varios días después, se volvieron a cruzar, esta vez a la altura de la huerta de Los Rubios. La noche era clara y el frio no era tan intenso. Ella no llevaba bufanda y la celeridad de su paso le enrojecía la cara. Él, con su inconfundible sombrero de ala ancha, volvió a saludarla y esta vez se detuvo preguntándole:

- Perdone señora, lleva usted mucha prisa, no quiero entretenerla mucho. ¿Podría indicarme cómo llegar a la zona de La laguna?. Me ha dicho mi prima que allí las estrellas no son las que se ven desde otros lugares y que el cielo es diferente, que se puede ver todo el universo.

Ella se sonrojó aún más y le indicó balbuceando el camino.

A partir de ese día los encuentros se fueron sucediendo y la misma pregunta se repetía, con la misma sorpresa que el día anterior; el desconocido paseaba a la misma hora, por la misma solitaria calle y le preguntaba a aquella señora de sonrojadas mejillas y ojos de miel.

Al llegar la primavera, había fallecido la mujer que cuidaba antes de salir al encuentro del desconocido, ya no pasaba por aquella calle. Tras varios días en casa, decidió salir a pasear, por la misma ruta del encuentro que, sin percatarse, echaba de menos.

A lo lejos apareció, sin retrasarse ni un solo minuto, la figura del forastero con su sombrero de ala ancha, su cara angulosa y su barbilla afilada. Al llegar a su altura la saludó cortésmente y le preguntó:

- ¿Podría indicarme cómo llegar a la zona de La Laguna?.

Ella, sonrojándose, pero a sabiendas que ese día era distinto, le contestó:

- Siga la calle hasta la ermita y al llegar continúe por la carretera, pasando el hotel y el polideportivo; a la izquierda verá un muro blanco con un tejado y un cartel que pone Dehesa Boyal, pase usted por la puerta y continúe el camino unos 50 metros y gire a la izquierda. Allí encontrará la zona de visualización.

Al terminar las indicaciones, el desconocido le preguntó:

- ¿Le importaría acompañarme y ver las estrellas conmigo?.

Ella, con dudas en la voz, pero segura en su determinación, aceptó y comenzó a caminar junto al desconocido que, a partir de ese momento, dejó de ser nadie para ser su compañero.

Y todos los días, incluso los nublados, caminan por la calle, en busca de su refugio solitario, donde contemplar el cielo de aquella villa de 700 estrellas y todo el universo.