"A propósito del cielo" de Clara Vizuete Tenías

11.11.2020

Me encontraba en un tren de media distancia, con un libro por empezar sobre las rodillas y a punto de ponerme los cascos para evitar el sonidito horrible que hacía al masticar el hombre que me había tocado como acompañante. Todo apuntaba a que iba a ser un viaje tranquilo. Abrí el libro y escondí mi cara tras él, dejando claro cuál era mi propósito, y entonces empezó a llover. Recordé que con catorce años escribí que la lluvia era un llanto y que cada gota era una lágrima resbalando por las mejillas del cielo. Cuántas veces más habré usado esa metáfora. Cuántas veces, inmersos en la melancolía gris de las tormentas, habrán cogido los escritores sus plumas para llorar en verso. Quizá ahora mismo lo estén haciendo. Lluvia, lágrimas, pena. Qué bonito, eh?. Qué profundo queda. Y yo me pregunto, puestos a personificar, ¿alguien se ha preguntado qué diría la lluvia si se enterase de que la comparan con la tristeza? ¿Tanto tiempo manteniéndoos a salvo para esto?, diría. ¡No me merecéis! Y tendría razón, no la merecemos: siempre llueve en las escenas tétricas de los libros. ¿Un asesinato en un bosque fantasmagórico? Llueve. ¿El protagonista entra por error en la mansión de un temible vampiro? Llueve. ¿Te acaba de dejar tu marido y te has enterado de que te quedan tres meses de vida? Llueve también. Con la de metáforas y comparaciones que hay, ¿por qué hemos tenido que usar precisamente esa? Ya podríamos haber dicho, yo qué sé, que las nubes florecen y que cada gota es una flor que acaba posándose en el suelo. Queda mucho más bonito. Además, esa frase tiene algo de cierto; las flores necesitan agua para crecer. Pero no, nosotros a lo simple, Que sí, que las gotas se parecen más a las lágrimas que a las flores. ¿Y qué? Un poco de imaginación, joder, que se supone que somos escritores.