"Reencuentro con el Tiriti" de Miguel Marqués Manzano

12.09.2022

Los cabellos siguen aún así, erizados de furia. De pura furia o de espanto. Todas las venas y los nervios desde el brazo izquierdo, requemado y tieso como si hubiese salido de un horno, todos los nervios parecen poder seguirse con soltura con el índice, como quien repasa las carreteras de un mapa que no ha de llevar por fuerza a ningún sitio o que ha de servir de guía para llegar a las puertas del infierno.

 al celador de la morgue se le escapa una mueca tras la mascarilla que alguno, maledicentes y cabrones ha habido siempre en todas partes, podría interpretar como una sonrisa. No lo es. Son los recuerdos que a veces le brotan a uno desde las tripas y no desde la cabeza y están aferrados a lo hondo a lo hondo. "No se crea que me río, doctor Blázquez, es que reconozco al pobre diablo", habría dicho en voz alta si el Caraculo fuese alguien digno de la confidencia, pero no lo es. Se concentra en un gesto entonces como de contener un gas y mientras ve los pinchazos por la heroína en los tobillos recuerda un viejo Ford Escort pintado de verde; y cuando ve los pelos aún recios por el calambrazo rememora un Lucky Strike a medias; y las uñas llenas de mierda a él le sugieren aquel fin de semana de farra en Gandía.

Así que, mientras Caraculo agarra ya el escalpelo y se dispone a entrar a matar, el celador, al fondo de la sala del Anatómico Forense, deja de cavilar sobre las razones por las que el Tiriti se puso a jugar con la caseta del transformador de la Unión Fenosa. Se prepara en silencio para recoger los restos de lo que quede del pobre Tiriti, su compi, su colega, su secuaz, y para meter los trozos del cuerpo maltrecho y azulado en bidones de formaldehido, para que después practiquen los estudiantes de medicina. Quién le iba a decir al más guapo del barrio que también iba a acabar dando clases a los señores universitarios.

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Imagen: Fotografía de José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)