"El náufrago" de Manuel Serrano Funes

30.08.2022

Iba a la deriva y de pronto apareció en el horizonte una barca, no sé de dónde salió. Poco a poco se fue acercando. En ella venía un hombre, un joven desmayado con traje militar. Sobre su pecho se podía leer: Luís Alejandro Velasco. Agarré el costado y amarré una estacha. En el fondo de la barca había restos de un pez, un remo roto y sobre el banco conté siete marcas. No había pasado medio día cuando el muchacho comenzó a moverse. Creí que se despertaba, pero no. Solo era el mar que se estremecía bajo nosotros. Un golpe me alejó del chaval. Cuando amainó aquel extraño fenómeno volvió la paz y el silencio bajo un sol de justicia.

Sobre el horizonte se perfiló otra barca. Esta más mísera que la del chaval. En ella venía un hombre de marcadas arrugas en la cara y manos como garfios. Hablamos durante un rato. Incluso le ayudé con un gran pez con el que llevaba luchando, según me dijo, varios días. Me dijo que se llamaba Santiago, aunque todo el mundo lo conocía como El Viejo. Permanecimos juntos dos días sin conseguir subir a la barca a aquel animal que debía de ser enorme. Al igual que la otra vez, una sacudida, esta vez del pez, hizo que la barca y Santiago se perdieran en el horizonte.

Me quedé derrotado en el fondo de mi barca. No sé cuánto tiempo permanecí dormido. Desperté varado en una playa de arena blanca y fina. Una cara negra me miraba y otra blanca me decía cosas en una lengua que desconozco. Decía algo así como: Robinson Crusoe. Y el negro: "Fridai". Me dieron agua, comida, fruta y me hablaron mucho rato. No entendí ni patata, me daban miedo. Pensé que me comían. No podía seguir allí ni un minuto más. En cuanto se hizo de noche, con las fuerzas recobradas y una calabaza de agua, me eché de nuevo al mar. No quería ser plato de caníbales.

Lo de las muescas de la barca del chaval me dio la idea de hacer lo mismo. Había puesto ya media docena cuando volví a encontrarme con otra isla. Me acerque con precaución. No se veía a nadie. Llegué hasta la orilla y percibí cierta actividad humana hasta que observé un balón de fútbol deshinchado y con unas plumas pinchadas en él. Además, tenía pintados ojos, nariz y boca. Es decir, había humanos. Quizá amigos, tal vez enemigos. De repente apareció un loco gritando no sé cosa. Otra vez en lengua extraña. Traía unos paquetes en los que se podía leer FedEx. Y gritaba "ayan Chak Noland". Otro insensato que no me iba a alcanzar. Saqué mi barca de la arena de la playa y regresé al tranquilo mar. Y aquí permanezco días y noches completos en eterna soledad.

Cada cierto tiempo atisbo una embarcación: hace unos días vi al Holandés Errante y ayer le tocó a La Perla Negra.

Solo espero que llegue el momento de dejar de ser náufrago o que se busque otro tipo de literatura y de películas. Me estoy quemando de tanto sol y arrugando con tanta agua.

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Imagen: Obra del fotógrafo José Carlos Nievas (Córdoba / Murcia)