“¿Qué hay después?” de María del Carmen Encinas Sánchez

06.03.2021

Roberto era un joven seguro de sí mismo, sólo le preocupaba una cosa; la muerte. Aún así lo tenía claro. Un día, hablando con su sus colegas, salió el tema.

- Pues yo quiero que me incineren. -dijo- Que mi cenizas las esparzan en algún lugar bonito, quizá el mar. Es lo más fácil para tus familiares y creo que más barato.

La mayoría estuvo de acuerdo con él, sin embargo Ismael no opinaba lo mismo.

- Pero tíos, cómo podéis querer que os quemen, si no sabéis que hay detrás de la muerte.

Todos se rieron del comentario. Ismael y sus teorías del mundo. Lo creían un poco guiñado pero en el fondo era su colega y buen tío.

- No es para tomarlo a risa, -defendió su elocución- ¿Y sí cuando nos morimos aún sentimos? No sé ¿Si hay algo más después? y si al quemar nuestro cuerpo perdemos la posibilidad de vivir después de la muerte?

- ¿Crees acaso que al morir vamos al cielo?, pregunto Víctor aguantando la risa.

- No -contestó él- al cielo no. Puede que pasemos a otro plano. Que nuestra conciencia vaya algún sitio.

- ¿Con conciencia? ¿Te refieres al alma?, preguntó Roberto moviendo la cabeza negativamente. Su amigo estaba más loco de lo que creían.

- Es mi opinión, mejor dicho una intuición, ya que nunca he muerto.

Roberto soltó una carcajada.

- Dejad al chico en paz -lo defendió Franco- que intentaba reprimir la risa.

- Mejor dejamos el tema ya, que hablar de ello me da cierta grima -dijo Ismael.

- ¿Cómo, que te da grima? Si crees que no morimos del todo y que vamos a otro lugar ¿por qué ese temor?

- A lo desconocido -contestó muy serio.

En ese momento entraron en la cafetería dos chicas muy guapas y el tema de la conversación se centró en ellas de inmediato, alabando los cuerpos esculturales de las muchachas recién llegadas.

Por desgracia dos días después Roberto tuvo la mala suerte de evidenciar las locas teorías de Ismael. Fue algo rápido, no lo vio venir. Otro coche se le tiró literalmente encima. Quedó aplastado bajo los hierros de su propio coche. Conducía y sólo fue consciente unas milésimas de segundo de un tremendo impacto frontal, luego oscuridad, frió. Dejó de respirar aún así noto como sus extremidades se ponían rígidas, después el resto del cuerpo. El silencio devoraba sus oídos. Entonces lo supo, estaba muerto. Paso un tiempo que para él, en la incertidumbre, pareció eterno. Aún era consciente de su cuerpo frió y muerto que no podía mover. En aquel momento sintió el movimiento, el avance y el calor. De repente lo vio, el fuego al otro lado le esperaba. Intentó gritar, pero la consciencia no tiene voz. Intentó moverse pero el cuerpo, su cuerpo aún le retenía. El calor era insoportable, estaba aterrado. Sus pies empezaron a arder, el dolor fue insoportable. Poco a poco el fuego fue quemando su piel, la carne, los huesos y sin voz grito agonizante. Primero devoro su cuerpo y luego lentamente su consciencia.

Lo habían incinerado demasiado rápido. En verano, con las prisas para que el cuerpo no huela y por la ignorancia del ser humano, que no sabe que el alma, la consciencia, tarda 48 horas en abandonar un cuerpo para avanzar al siguiente plano de una nueva existencia, ocurren estas cosas muy a menudo. Roberto murió después de muerto de la manera más horrible; la incineración.