"¿Por qué dudas?",de Elena López Silva

22.03.2019

Uno, dos, tres, cuatro. Tan solo cuatro rayos de sol lograban sortear las endiabladas hojas de los árboles y abrirse camino hasta su piel. Cuatro atisbos de esperanza, cuatro bocanadas de aire, cuatro cuerdas que todavía la ataban a la vida.

-¿Seguro que no te gustan las rosas?

Con perversa satisfacción dejó caer uno de aquellos puñales, que rozó su mano con la frialdad de la muerte y cayó en la tierra retorciéndose de crueldad y podredumbre. La sonrisa pintada -pues él no sabía sonreír- en la cara del joven se iluminó más con el murmullo que ella logró articular. Pasó sus ásperos dedos por la mano de ella, deslizándolos por la piel de hoja que se marchitaba a cada segundo.

Por toda respuesta, la anciana que estaba en el otro extremo del banco crujió en la soledad de la sequía.

Uno, dos, tres. Tan solo tres manos abiertas se tendían hacia ella, muy cerca para olerlas pero demasiado lejos para tocarlas. Tres risas cristalinas, tres promesas inocentes, tres caminos de huida.

El viento gritó con todas sus fuerzas, enfadado por su impotencia, furioso con la prisa del tiempo. Ella se sintió muy agradecida por sus intentos, aunque solo consiguieron agitar su vestido produciendo aquel insoportable susurro de hojas. El banco, contagiado por la peste que hacía sangrar los pulmones de ella, se balanceó peligrosamente. Ni siquiera aquello consiguió borrar la sonrisa del joven; sabía que al final ganaría.

Por toda respuesta, la anciana crujió en la prisión de las tinieblas.

Uno, dos. Tan solo dos billetes de ida la animaban a levantarse y a dejarlo todo, pero las ataduras eran más fuertes. Dos suspiros anhelantes, dos puentes al paraíso, dos canciones reprimidas. Él sopló en su oído y el frío congeló sus venas y paralizó sus pestañas. Esta vez, nadie acudió en su ayuda. La oscuridad avanzó varios pasos y nacieron varias sombras insufribles que empezaron a llorar de miedo y angustia. El nerviosismo sacudió al tembloroso perrito que estaba a su lado, y del que había conseguido olvidarse.

Por toda respuesta, la anciana crujió en la desesperación de la agonía.

Uno. Tan solo una taza de chocolate, un abrazo, una palmada. Una lágrima brillante se despedía en el horizonte.

El joven se revolvió tras ella nervioso. El viento se preparó para su último soplo de libertad. El perrito gimoteó aterrorizado.

Estalló. Un huracán sacudió al banco, que se partió por la mitad ahogando el lamento del perrito. La hierba bailó histérica, las piedras rodaron locas de alegría alrededor de la rosa, que se reía de su destino, y ella...

Se apagaron las luces, anunciando el final de la función. El joven se llevó a los labios el diente de león y sopló lentamente, regodeándose en su poder.

Por toda respuesta, la rama crujió en la tristeza del olvido.