"¡Con cianuro!" de Alix Rubio Calatayud

01.05.2022

Lucía llegó a su casa pasada la media noche. Se encontraba cansada y tenía sueño tras el largo viaje. Nada más abrir la puerta se quitó los zapatos. Sus pies agradecieron verse libres de los altos tacones. Encendió un par de luces y se dirigió al dormitorio para desvestirse y darse una ducha rápida. Pijama, un café con leche y dormir a pierna suelta. Al día siguiente era sábado y no trabajaba. El silencio era absoluto. Bendito silencio. El apartamento tenía las paredes muy delgadas y se escuchaban todos los sonidos. Su dormitorio estaba pegado a otro del edificio colindante, y aunque no conocía a sus habitantes, los oía. Por desgracia, los oía. Hasta hacía una semana su vecino de tabique había sido un profesor de canto, ruso para más señas. Y de repente, los sonidos cambiaron. Las canciones y el piano fueron sustituidos por las voces destempladas de una pareja que parecía andar constantemente a la greña. Lucía golpeaba el tabique para que se callaran y los gritos cesaban. Le sorprendía que nadie del bloque llamara a la policía, aunque no parecían ser unos tiquismiquis intolerantes con cualquier ruido. A las doce de la noche se escuchaba cómo alguien preparaba una tortilla de patata, o arrastraba una silla, sin contar el volumen de las televisiones. Las voces destempladas de la pareja de la discordia eran un ingrediente más en aquella ensalada cacofónica. Lucía, que no conocía a nadie, no se atrevía a quejarse siendo que nadie lo hacía. El chico guapo y atildado de la inmobiliaria no le había advertido sobre los ruidos. Ella firmó encantada las escrituras y se vio en posesión de un diminuto apartamento de cincuenta metros cuadrados en una calle modesta pero digna, en un bloque antiguo pero -le aseguraron- muy sólido. ¡Sólido! ¡Ja, ja! Se gastó más en arreglo interior y decoración de lo que había pagado por la compra, y se trasladó llena de ilusión. Al principio, el profesor de canto compensaba todo lo demás; pero los nuevos eran una pesadilla. Se ponían tres despertadores que comenzaban a sonar consecutivamente a partir de las seis y media de la mañana, cada quince minutos berreaba un maldito aparato. Lucía, que oficialmente se levantaba a las siete, optó por ponerse en pie con el primer despertador amenazando con el puño crispado hacia la pared. Pero, ¡oh, milagro!, aquella noche en que ella necesitaba descansar y dormir, no se oía nada; ni, sobre todo, la pareja de endemoniados. Algo la despertó. Miró el reloj digital de su mesilla, los números rojos y brillantes marcaban las tres de la madrugada. Los endemoniados habían cobrado vida como nunca hasta entonces. La voz de él se escuchaba claramente bramando insultos aterradores. Ella lloriqueaba con aquella voz fina y aguda que taladraba el cerebro. Un golpe seco. Dos. El llanto se recrudeció. Sonido de algo arrastrándose. Lucía terminó de despertarse del todo. Se levantó de un salto y corrió a encender su teléfono móvil para llamar a la policía y denunciar aquel caso terrible de malos tratos. Se había quedado sin batería, buscó el cargador temblando. Se sucedieron los golpes y los sollozos mientras que los insultos ganaban intensidad. Se les debía oír de un extremo a otro de la calle. Él bramaba y terminó gritando "¡ya no me caso contigo!".

A Lucía se le abrió la boca de asombro. Y aún quedó más boquiabierta cuando escuchó, nítidamente, la voz de ella, llorosa pero firme.

- ¡No! ¡No me quiero ir! ¡Yo quiero quedarme contigo!

Lucía, parsimoniosamente, dejó el teléfono apagado sobre la mesa y volvió a la cama. "Pues nada, bonita, que te mate y así te hará feliz", pensó con amargura. Pocos minutos después, volvió a oírlos en otro tono. Parecían estar en plena reconciliación. No daba crédito. Se le revolvió el estómago. A las seis y media de la mañana del sábado comenzaron a chillar los despertadores. Lucía se levantó con mal cuerpo y peor humor. Al otro lado del tabique, la voz de ella, amable y cantarina:

- ¡Cari!, ¿cómo quieres el café?

Lucía, llena de rabia, golpeó con ambos puños el tabique y gritó bien alto y fuerte para que la oyeran:

- ¡Con cianuro!


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Imagen: Obra de la pintora Edurne Gorrotxategi